Martes, decimotercera semana, Tiempo Ordinario
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Mateo 8, 23-27
En aquel tiempo, subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron.
De pronto, se levantó un temporal tan fuerte que la barca desaparecía entre las olas; él dormía.
Se acercaron los discípulos y lo despertaron, gritándole: «¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!» Él les dijo: «¡Cobardes! ¡Qué poca fe!» Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma.
Ellos se preguntaban admirados: "¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!"
MEDITACIÓN ESCRITA
Quiero comenzar la meditación de hoy diciendo que, definitivamente, la
Palabra de Dios me encanta y enamora. Cada vez que la leo no puedo dejar
de sorprenderme y descubrir en ella reales motivaciones para mi vida
cristiana.
Hoy no es la excepción. El evangelio nos presenta una escena realmente sorprendente. De ella, quiero llamar la atención sobre un aspecto en particular.
Este aspecto radica en la respuesta de Jesús a la situación que afrontan los discípulos. En el fondo, la situación no es distinta a la que vivimos nosotros cuando enfrentamos dificultades en nuestra vida.
Aunque llama la atención la forma como Jesus manda sobre la naturaleza, para mi es más llamativo el hecho de que regañe a los discípulos llamándolos "cobardes" y declarándolos "hombres de poca fe".
Y me llama la atención porque pareciera que ellos hacen bien la tarea. Acaso no se trata de que cuando es preciso hacerlo hemos de volver la mirada a Dios para que sea a Él a quién le confiemos nuestras más profundas necesidades? Acaso clamar a Dios cuando no tenemos más esperanza no es, en sí mismo, un acto de fe? Por qué entonces el regaño de Jesús?
Este es, precisamente el hecho llamativo del evangelio de hoy. Ciertamente lo que hacen los discípulos puede ser un acto de fe. Pero la mirada hay que ponerla más allá. Acaso una persona que se baña en las fuentes cristalinas de una gran fuente de agua puede morir de sed?
Aquí está el tema del evangelio. El problema no está en que los discípulos acudan a Jesús, sino en que se hayan olvidados de que Él ya estaba con ellos. Ahí está la falta de fe: en que, frente a los problemas, olvidemos lo más importante: la presencia de Jesús aún en medio de nuestras más profundas dificultades.
Así, lo que el evangelio nos muestra es que nuestra vida de fe no puede seguirse reduciendo a poner todo en las manos de Dios y acudir a Él, de manera especial, cuando pasamos dificultades. La verdadera fe, entonces, es tomar conciencia de la presencia de Dios aún en medio de sus aparentes silencios. Esta es la fe que depende, no tanto de los signos palpables de la acción de Dios, sino de la experiencia real de su presencia que nos invita a la fidelidad y confianza.
En este sentido, el evangelio de hoy es una gran invitación: tener una fe que mire más la presencia Dios que sus signos y que descubra la realización de su plan de salvación para nuestra vida aún en medio de sus silencios.
Dios mío, concédenos, por tu bondad y amor, la gracia de una fe pura que sepa descubrirte en cada circunstancia y no olvidarnos de tu presencia aún en medio de nuestras incertidumbres. Amén.
Hoy no es la excepción. El evangelio nos presenta una escena realmente sorprendente. De ella, quiero llamar la atención sobre un aspecto en particular.
Este aspecto radica en la respuesta de Jesús a la situación que afrontan los discípulos. En el fondo, la situación no es distinta a la que vivimos nosotros cuando enfrentamos dificultades en nuestra vida.
Aunque llama la atención la forma como Jesus manda sobre la naturaleza, para mi es más llamativo el hecho de que regañe a los discípulos llamándolos "cobardes" y declarándolos "hombres de poca fe".
Y me llama la atención porque pareciera que ellos hacen bien la tarea. Acaso no se trata de que cuando es preciso hacerlo hemos de volver la mirada a Dios para que sea a Él a quién le confiemos nuestras más profundas necesidades? Acaso clamar a Dios cuando no tenemos más esperanza no es, en sí mismo, un acto de fe? Por qué entonces el regaño de Jesús?
Este es, precisamente el hecho llamativo del evangelio de hoy. Ciertamente lo que hacen los discípulos puede ser un acto de fe. Pero la mirada hay que ponerla más allá. Acaso una persona que se baña en las fuentes cristalinas de una gran fuente de agua puede morir de sed?
Aquí está el tema del evangelio. El problema no está en que los discípulos acudan a Jesús, sino en que se hayan olvidados de que Él ya estaba con ellos. Ahí está la falta de fe: en que, frente a los problemas, olvidemos lo más importante: la presencia de Jesús aún en medio de nuestras más profundas dificultades.
Así, lo que el evangelio nos muestra es que nuestra vida de fe no puede seguirse reduciendo a poner todo en las manos de Dios y acudir a Él, de manera especial, cuando pasamos dificultades. La verdadera fe, entonces, es tomar conciencia de la presencia de Dios aún en medio de sus aparentes silencios. Esta es la fe que depende, no tanto de los signos palpables de la acción de Dios, sino de la experiencia real de su presencia que nos invita a la fidelidad y confianza.
En este sentido, el evangelio de hoy es una gran invitación: tener una fe que mire más la presencia Dios que sus signos y que descubra la realización de su plan de salvación para nuestra vida aún en medio de sus silencios.
Dios mío, concédenos, por tu bondad y amor, la gracia de una fe pura que sepa descubrirte en cada circunstancia y no olvidarnos de tu presencia aún en medio de nuestras incertidumbres. Amén.