Jueves, sexta semana de Pascua
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Juan 16,16-20
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver."
Comentaron entonces algunos discípulos: "¿Qué significa eso de "dentro
de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver", y eso
de "me voy con el Padre"?" Y se preguntaban: "¿Qué significa ese "poco"?
No entendemos lo que dice."
Comprendió Jesús que querían preguntarle y les dijo: "¿Estáis
discutiendo de eso que os he dicho: "Dentro de poco ya no me veréis,
pero poco más tarde me volveréis a ver"? Pues sí, os aseguro que
lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre;
vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en
alegría."
MEDITACIÓN ESCRITA
En ocasiones suelo pensar que el lenguaje que usa Jesús con sus
discípulos es demasiado duro y los confronta demasiado fuerte con la
realidad que deben vivir. Y, en el mismo sentido, a veces pienso que en
ocasiones nos hacemos los oídos sordos a esas realidades para quedarnos
más tranquilos con respecto a Dios.
Pienso, por ejemplo, en muchos jóvenes que cada año se acercan al seminario solicitando el ingreso y, entre ellos, no faltan los que van casi a ciegas, simplemente ilusionados por una imagen del sacerdocio pero no siempre conscientes de las renuncias y sacrificios que ello sugiere y, aunque se les advierte, parecen hacer casi omiso y luego terminan un poco frustrados cuando encuentran realidades que los desbordan en sus ilusiones.
Pero volvamos, desde el evangelio de hoy, al lenguaje de Jesús que es el que hoy llama enormemente mi atención. No podemos negarlo, Jesús es desconcertante. Su partida no puede más que causar tristeza, dolor entre sus discípulos, pero más aún, sus palabras de despedida causan miedo.
Si somos realistas nadie busca a Dios para que lo persigan, para andar llorando o para que lo juzguen y señalen como si hubiese hecho algo malo; todo lo contrario, la búsqueda de Jesús normalmente tiene un interés de bienestar, queremos seguridad, paz, esperanza y muchas bondades más que creemos Él puede brindarnos.
Entonces, cómo entender la advertencia de Jesús? Cómo querer seguirlo fielmente sabiendo las consecuencias primeras que puede traernos ese seguimiento?
Pienso, por ejemplo en el joven que es duramente criticado y rechazado por sus pares por el hecho de ir a la Iglesia; pienso en las chicas tratadas de puritanas por el hecho de querer conservar su pureza en nombre de una experiencia de fe; pienso en las esposas duramente juzgadas por dedicar un tiempo de su vida familiar al encuentro de Dios y el compartir comunitario eclesial; pienso, en fin, en tantos que, por confesar a Jesucristo se ven privados de amistades y relaciones que terminan señalándolos. Acaso hacen mal?, acaso deben pensar que son ellos los equivocados?
Qué es entonces lo que busca Jesús, en el evangelio de hoy, al advertirnos sobre los riesgos de seguirlo?
Lo primero es que Jesús conserva un realismo claramente objetivo. A Jesús no le interesa ilusionarnos o fantasiar con nuestra fe. No quiere títeres manipulados por falsas ilusiones que prometen cosas y, al final, no se cumplen.
Creo, entonces, que en esta primera parte del lenguaje de Jesús, Él está haciéndonos tomar conciencia, para que reaccionemos adecuadamente, de las realidades que tenemos que enfrentar. Saber los riesgos, me parece, nos hace fieles; reconocer la dificultad nos permite prepararnos para luego no salir corriendo y no terminar diciendo que fuimos engañados. Cuanta falta hace, en nuestra Iglesia y, más aún, en nuestra sociedad, esta actitud? Necesitamos dejar de ofrecer calmantes de conciencia y comenzar a mostrar que, si Jesús nos salvó pasando por la cruz, también nosotros necesitamos asumirlo para lograr la salvación de quienes nos rodean.
Sin embargo, el lenguaje no se queda en el término del terror, el miedo y el sufrimiento. Eso sería quedarnos en el sin sentido. Jesús, tiene claro que hemos de aceptar las contrariedades como parte del proceso de fe, pero también es consciente de la trascendencia que la misma fe puede darnos frente a esas realidades.
La expresión "vuestra tristeza se convertirá en alegría." Sintetiza muy bien esto último. Las realidades adversas son sólo medios para encontrar la verdadera fortaleza que sólo Dios puede darnos. El paso a ese Padre amoroso sugiere dificultades: recordemos los dolores de la pasión de Jesús; pero ese paso no es al vacío sino a la plenitud en el amor.
Este echo se constituye en norma de vida de los discípulos, los impulsa y los motiva para arriesgar la vida por el anuncio del evangelio. A partir de la experiencia de Jesús resucitado, y de la fuerza del Espíritu, se entenderá que detrás del desierto árido del dolor y la prueba, está el oasis de consuelo y amor en los brazos del Padre de las misericordias.
Dios mío, concédenos la gracia, te lo ruego, de descubrir en cada obstáculo y cada adversidad, la posibilidad de alcanzar la fuente de tu infinito amor. Amén
Pienso, por ejemplo, en muchos jóvenes que cada año se acercan al seminario solicitando el ingreso y, entre ellos, no faltan los que van casi a ciegas, simplemente ilusionados por una imagen del sacerdocio pero no siempre conscientes de las renuncias y sacrificios que ello sugiere y, aunque se les advierte, parecen hacer casi omiso y luego terminan un poco frustrados cuando encuentran realidades que los desbordan en sus ilusiones.
Pero volvamos, desde el evangelio de hoy, al lenguaje de Jesús que es el que hoy llama enormemente mi atención. No podemos negarlo, Jesús es desconcertante. Su partida no puede más que causar tristeza, dolor entre sus discípulos, pero más aún, sus palabras de despedida causan miedo.
Si somos realistas nadie busca a Dios para que lo persigan, para andar llorando o para que lo juzguen y señalen como si hubiese hecho algo malo; todo lo contrario, la búsqueda de Jesús normalmente tiene un interés de bienestar, queremos seguridad, paz, esperanza y muchas bondades más que creemos Él puede brindarnos.
Entonces, cómo entender la advertencia de Jesús? Cómo querer seguirlo fielmente sabiendo las consecuencias primeras que puede traernos ese seguimiento?
Pienso, por ejemplo en el joven que es duramente criticado y rechazado por sus pares por el hecho de ir a la Iglesia; pienso en las chicas tratadas de puritanas por el hecho de querer conservar su pureza en nombre de una experiencia de fe; pienso en las esposas duramente juzgadas por dedicar un tiempo de su vida familiar al encuentro de Dios y el compartir comunitario eclesial; pienso, en fin, en tantos que, por confesar a Jesucristo se ven privados de amistades y relaciones que terminan señalándolos. Acaso hacen mal?, acaso deben pensar que son ellos los equivocados?
Qué es entonces lo que busca Jesús, en el evangelio de hoy, al advertirnos sobre los riesgos de seguirlo?
Lo primero es que Jesús conserva un realismo claramente objetivo. A Jesús no le interesa ilusionarnos o fantasiar con nuestra fe. No quiere títeres manipulados por falsas ilusiones que prometen cosas y, al final, no se cumplen.
Creo, entonces, que en esta primera parte del lenguaje de Jesús, Él está haciéndonos tomar conciencia, para que reaccionemos adecuadamente, de las realidades que tenemos que enfrentar. Saber los riesgos, me parece, nos hace fieles; reconocer la dificultad nos permite prepararnos para luego no salir corriendo y no terminar diciendo que fuimos engañados. Cuanta falta hace, en nuestra Iglesia y, más aún, en nuestra sociedad, esta actitud? Necesitamos dejar de ofrecer calmantes de conciencia y comenzar a mostrar que, si Jesús nos salvó pasando por la cruz, también nosotros necesitamos asumirlo para lograr la salvación de quienes nos rodean.
Sin embargo, el lenguaje no se queda en el término del terror, el miedo y el sufrimiento. Eso sería quedarnos en el sin sentido. Jesús, tiene claro que hemos de aceptar las contrariedades como parte del proceso de fe, pero también es consciente de la trascendencia que la misma fe puede darnos frente a esas realidades.
La expresión "vuestra tristeza se convertirá en alegría." Sintetiza muy bien esto último. Las realidades adversas son sólo medios para encontrar la verdadera fortaleza que sólo Dios puede darnos. El paso a ese Padre amoroso sugiere dificultades: recordemos los dolores de la pasión de Jesús; pero ese paso no es al vacío sino a la plenitud en el amor.
Este echo se constituye en norma de vida de los discípulos, los impulsa y los motiva para arriesgar la vida por el anuncio del evangelio. A partir de la experiencia de Jesús resucitado, y de la fuerza del Espíritu, se entenderá que detrás del desierto árido del dolor y la prueba, está el oasis de consuelo y amor en los brazos del Padre de las misericordias.
Dios mío, concédenos la gracia, te lo ruego, de descubrir en cada obstáculo y cada adversidad, la posibilidad de alcanzar la fuente de tu infinito amor. Amén
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