Evangelizar

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"Fiel al modelo del Maestro, el vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo" (P. Francisco)

miércoles, 4 de junio de 2014

Día 128

Miércoles, séptima semana de Pascua 

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Juan 17,11b-19

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: "Padre Santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros.

Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura.

Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida.

Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.

Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad."



MEDITACIÓN ESCRITA

Leemos hoy la segunda parte de la oración sacerdotal, la oración de Jesús por sus discípulos. Oración que, como decíamos ayer, presentada en esta semana, se nos muestra como la primera acción de Jesús luego de ascender al Padre.

Ahora bien, si miramos el contexto en el que se da esta oración, podremos sacar una primera enseñanza del evangelio de hoy. Jesús ha celebrado la cena con sus discípulos, ahora va camino al monte de los olivos, donde será detenido por los judíos y traicionado por Judas.


En este contexto, Jesús hace un alto en el camino y deja de dirigirse a los discípulos y hablarles de Dios y el Reino, para dirigirse directamente a ese Padre amoroso y hablarle a Él de ellos (de nosotros).


Es supremamente interesante esta acción de Jesús. Ponerse en oración, en relación de intimidad con su Padre Dios, delante de quienes han decido seguirlo y creer en Él, es un gesto majestuoso: es mostrarles a ellos la profunda confianza que han de tener en Él y la certeza de que no quedarán abandonados.

Cuanta falta hace este gesto en nuestra Iglesia, en nuestras familias y nuestra sociedad. Hoy, más que nunca, la Iglesia, Pueblo de Dios, necesita que los pastores nos liberemos de tantas ocupaciones, distracciones y comodidades, y nos detengamos a mostrar, con el ejemplo, que somos, fundamentalmente, hombres de oración; la Iglesia necesita vernos orar. Hoy, más que nunca, muchos jóvenes y niños necesitan ver a sus padres postrados delante de Dios, humillados ante el Único Rey, intercediendo por ellos. Hoy, más que nunca, nuestra sociedad requiere que olvidemos un poco nuestras prisas y pongamos en las manos del Padre Dios, el correr de nuestros días.


Dos cosas más llaman mi atención del evangelio de hoy, y no quisiera terminar esta meditación sin siquiera mencionarlas.


La primera es la petición que hace Jesús al comienzo de su oración: "Padre Santo, guárdalos en tu nombre... para que sean uno, como nosotros". Que palabras tan hermosas: Jesús nos esconde y asegura nuestras vidas en el lugar donde nunca seremos rechazados: el corazón del Padre de las Misericordias. Y, en ese lugar, pide para nosotros la mayor de las bendiciones: la unidad. Ser uno, como Dios, ser Iglesia, donde cada uno tiene algo que cumplir y una gran misión que ejercer, pero todos somos movidos por la misma gracia y la misma bendición.


La segunda cosa que quiero mencionar y espero no extenderme tanto, es otra petición que hace Jesús para nosotros: "No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal". Que riqueza la de Jesús, no se trata de encerrarnos en una burbuja para que estemos seguros, pero a la vez limitados de las extraordinarias experiencias de la libertad, sino más bien, se trata de contar con la firmeza de un Dios que no falla y que no abandona a quienes ama.


Maravilloso, me parece a mi, es saberse en el corazón de Jesús que ora al Padre por nosotros, maravilloso es reconocerse incluido en cada una de estas palabras y descubrir el gran amor que el Señor nos tiene.

 
Bendigamos a Dios Padre, por su Hijo Jesucristo y pidámosle ser coherentes con la oración que han hecho por nosotros. Amén.

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