Jueves, undécima semana, Tiempo Ordinario
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Mateo 6, 7-15
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
"Cuando recéis no uséis muchas palabras, como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que se lo pidáis.
Vosotros rezad así:
Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; danos hoy el pan nuestro; perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido; no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del maligno.
Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.
MEDITACIÓN ESCRITA
Es interesante descubrir el fondo de las palabras de Jesús en el
evangelio de hoy: nos dice que para orar no se requieren muchas palabras
y sin embargo nos da una oración que contiene una buena cantidad de
ellas. Qué significa, entonces, eso de "cuando recéis, no uséis muchas
palabras"?
Lo primero que tenemos que notar es que, según parece indicar el texto, la oración, más que un simple diálogo, es una experiencia de relación cercana e íntima con el Padre de las Misericordias. En consecuencia, la oración lo que busca es descubrir a ese Dios, su acción y amor, y entablar una relación de mutuo compromiso con Él.
En segundo lugar, si entramos en detalles de las palabras del Padre Nuestro, nos daremos cuenta que se trata de la puesta en escena de dos realidades fundamentales para la vida de todo creyente.
La primera realidad es una toma de conciencia de lo que es y representa Dios en la vida del creyente. Dios es Padre, pero, además, es "nuestro", es decir, aunque no sea fácil entenderlo, Dios se ha puesto en nuestras manos para llenarlas de bendición con una paternidad insuperable. Además, ese Padre amoroso, nos ofrece su presencia como don gratuito a través del Reino al cual estamos todos invitados.
Podrías así, desarrollar cada palabra del Padre Nuestro y descubrir en ella, la imagen, esencia e identidad real de Aquel que nos invita a experimentar una relación profunda y trascendente llena de gracia y bendición. Sin embargo, los invito a que sean ustedes mismos quienes sigan profundizando esta maravilla.
La segunda realidad que encierra el Padre Nuestro es que se trata de un compromiso de toda persona que se digna hacerla con sinceridad. Nos comprometemos a ser verdaderos hijos que, a imagen del Hijo Jesucristo, se constituyen en rostros y presencia de Dios para todo aquel que se nos acerque. Nos comprometemos a ser pan, perdón y santificación para quienes se acercan a nosotros buscando luz para sus vidas.
En definitiva, se entiende que lo que Jesús busca al enseñarnos el Padre Nuestro y advertirnos sobre la verdadera oración es que aprendamos que Dios, más que escuchar nuestras dudas, incertidumbres, problemas y alegrías, lo que quiere es recibirnos a nosotros con todo lo que somos en una relación profunda de amor y sentido vital.
Por último, y perdonen que me extienda un poco más. El evangelio de hoy guarda una estrecha relación con el que compartíamos ayer. La relación íntima y profunda con Dios tiene, necesariamente, que superar la norma, el precepto y el ámbito de lo que toca. Esta relación supera la regla, los modelos, horarios y lugares: la relación con Dios cubre la totalidad de la vida humana.
Dios nos de la gracia de descubrirlo en cada circunstancia de nuestra vida y saber vivir a plenitud la relación íntima que necesitamos para constituirnos testigos privilegiados de su amor. Amén.
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