Jueves, Décima Semana, Tiempo Ordinario
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Mateo 5, 20-26
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
"Si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás, y el que mate será
procesado. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano,
será procesado. Y si uno llama a su hermano "imbécil", tendrá que
comparecer ante el sanedrín, y si lo llama "renegado", merece la condena
del fuego.
Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas
allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu
ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y
entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Procura arreglarte con el que te pone pleito en seguida, mientras vais
todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al
alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí.
MEDITACIÓN ESCRITA
Hace unos días hablaba con una persona que, luego de una eucaristía
sintió la necesidad de dialogar conmigo porque, según ella, el evangelio
la había tocado.
Me decía esta persona que estaba muy herida porque su suegra estaba
siendo muy cruel con ella. Sin embargo eso no era lo que más le dolía,
por el contrario su verdadero dolor se daba cuando veía que su suegra,
siendo tan dura, tan crítica, exigente y cruel, subía al altar con una
cara inocente y repartía la comunión como ministro de su parroquia.
No puedo negarlo, estas historias me siguen cuestionando sobre el
verdadero testimonio que damos en la Iglesia. Me cuestiona cuando
escucho que un sacerdote fue un anti testimonio para su comunidad, me
cuestiona cuando veo que muchos vamos a la Iglesia a poner cara de
buenos mientras en la casa somos una vergüenza para nuestra propia
familia.
Perdónenme sí digo palabras muy duras, pero creo que necesitamos
cuestionarnos con urgencia sobre nuestras reales actitudes cristianas.
En ocasiones pienso que es mejor un templo vacío, incluso de sacerdotes,
que una cueva de enmascarados que se esconden para aparentar estar bien
con Dios.
En esta línea, considero, se puede enmarcar el evangelio de hoy. La
petición de Jesús no es nada sencilla: "sean mejores que los letrados y
fariseos". No es sencilla porque, a simple vista, unas personas humildes
y tal vez sin mucho estudio, como quizás eran los discípulos, tenían
que ver muy difícil el querer superar a los sabios y expertos de la ley
que eran los fariseos. No es sencilla porque puede parecer complicado
superar a un sacerdote que, por su formación, se ha vuelto referente de
fe. Pero aún así esa es la petición de Jesús hoy: sean mejores.
Tal vez nos hace falta confiar más en lo que Dios espera de nosotros. Y
tal vez sea mejor dejar de señalar y criticar a los otros y comenzar a
ser mejores que ellos en cuanto al testimonio que debemos dar. En
efecto, el ser mejores no involucra una cuestión de títulos y grados,
con los que tal vez no se puede competir, sino más bien, se trata es de
una cuestión de compromiso y coherencia que nos son dados por el mucho
saber.
Discípulo, creyente, hombre o mujer de fe que se respete debe ser
radical. Y esa radicalidad no consiste en mero cumplimiento de preceptos
que se quedan en lo exterior, en ocasiones en máscaras que nos ponemos
mientras estamos en el templo, sino que ha de referirse a una
experiencia personal de Jesucristo que transforma la existencia por la
gracia del Espíritu Santo que hemos recibido del Padre de las
Misericordias.
Se trata, entonces, de tumbar las máscaras y comenzar a mostrar más la
interioridad de un corazón que no puede engañar. Se trata de desvelarase
y mostrar la esencia de la vida y, si hay defectos, que no sea para
escóndelos sino para trabajarlos a la luz de la gracia divina.
En síntesis, el evangelio de hoy nos exige pasar de una fe basada en
cultos, ritos y rezos vacíos, a una fe basada en convicciones,
compromisos y coherencia, que nos permitan revisar nuestras relaciones y
transformar nuestras rivalidades.
Señor Jesús, derrama sobre nosotros la gracia abundante de tu Espíritu para responder a tu llamado con radicalidad. Amén.
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