Martes, décima semana, Tiempo Ordinario
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Mateo 5, 13-16
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
"Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
"Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en
lo alto de un monte. Tampoco se enciende una vela para meterla debajo
de un celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos
los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo".
MEDITACIÓN ESCRITA
Esta semana hemos comenzado a descubrir, en el evangelio, lo que
podríamos llamar la nueva visión de la vida a la luz de la experiencia
de Jesucristo y de la gracia del Espíritu Santo.
Ayer vimos lo que definíamos como el plan de acción de Jesús, el cual consistía en darle un nuevo sentido a nuestras vivencias cotidianas y descubrir en todo la presencia de Dios que nunca abandona.
Ahora, en el evangelio de hoy, podemos comprobar que la única y real manera en que ese modo de ver la vida puede ser efectivo y en que ese plan propuesto por Jesús puede ser llevado a la práctica, es mediante el ejercicio de una existencia transformada en testimonio.
En consecuencia, la invitación de Jesús es a que descubramos que la única manera de ser bienaventurado es haciendo bienaventurada la vida de los otros. Así, ser sal de la tierra y luz del mundo no es otra cosa sino saber contagiar a otros de la verdadera plenitud que Dios nos concede a los creyentes.
Nuestra tarea, entonces, es contagiar, inundar la vida de quienes nos rodean de verdadera paz, alegría y esperanza. Es, en el fondo, saber brindar una visión optimista y llena de gracia de la vida que hemos de vivir cada día.
Nadie puede negar que, en algunas circunstancias y en momentos especiales, en nuestra propia casa, familia o comunidad, alguien estará necesitado, tal vez a veces sin merecerlo, de una voz de esperanza y de aliento; aquel que ha aprendido a tener una visión profunda y esperanzadora de la vida, que ha sido capaz de descubrir la bienaventuranza en medio de la dificultad, será quién podrá encender la luz transformadora que devolverá la esperanza.
Preguntémonos, entonces: somos esa luz que devuelve esperanza y alegría en nuestra casa? Damos ese testimonio y esa voz oportuna que da sabor a la vida de quienes nos rodean? Vivimos la entrega generosa que nos permite descubrir un sentido y alegría más profundos en nuestras dificultades familiares y comunitarias?
El Señor nos conceda la gracia de su Espíritu para que recibamos los dones necesarios para vivir a plenitud el testimonio de los hijos bienaventurados del Reino. Amén.
Ayer vimos lo que definíamos como el plan de acción de Jesús, el cual consistía en darle un nuevo sentido a nuestras vivencias cotidianas y descubrir en todo la presencia de Dios que nunca abandona.
Ahora, en el evangelio de hoy, podemos comprobar que la única y real manera en que ese modo de ver la vida puede ser efectivo y en que ese plan propuesto por Jesús puede ser llevado a la práctica, es mediante el ejercicio de una existencia transformada en testimonio.
En consecuencia, la invitación de Jesús es a que descubramos que la única manera de ser bienaventurado es haciendo bienaventurada la vida de los otros. Así, ser sal de la tierra y luz del mundo no es otra cosa sino saber contagiar a otros de la verdadera plenitud que Dios nos concede a los creyentes.
Nuestra tarea, entonces, es contagiar, inundar la vida de quienes nos rodean de verdadera paz, alegría y esperanza. Es, en el fondo, saber brindar una visión optimista y llena de gracia de la vida que hemos de vivir cada día.
Nadie puede negar que, en algunas circunstancias y en momentos especiales, en nuestra propia casa, familia o comunidad, alguien estará necesitado, tal vez a veces sin merecerlo, de una voz de esperanza y de aliento; aquel que ha aprendido a tener una visión profunda y esperanzadora de la vida, que ha sido capaz de descubrir la bienaventuranza en medio de la dificultad, será quién podrá encender la luz transformadora que devolverá la esperanza.
Preguntémonos, entonces: somos esa luz que devuelve esperanza y alegría en nuestra casa? Damos ese testimonio y esa voz oportuna que da sabor a la vida de quienes nos rodean? Vivimos la entrega generosa que nos permite descubrir un sentido y alegría más profundos en nuestras dificultades familiares y comunitarias?
El Señor nos conceda la gracia de su Espíritu para que recibamos los dones necesarios para vivir a plenitud el testimonio de los hijos bienaventurados del Reino. Amén.
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