Jueves, séptima semana de Pascua
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Juan 17,20-26
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo:
"Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en
mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en
mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el
mundo crea que tú me has enviado.
También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí.
Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo.
Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y éstos
han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a
conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté con ellos, como
también yo estoy con ellos."
MEDITACIÓN ESCRITA
Concluimos hoy el texto de la hermosa oración de Jesucristo por sus
discípulos y, como vemos hoy, por los creyentes de todos los tiempos.
Es bueno comenzar por no perder de vista el horizonte en el cual se enmarca esta oración, litúrgicamente hablando: Jesús ha vuelto al Padre, lo hemos visto partir al celebrar la solemnidad de la Ascensión el pasado domingo. Y, ya junto al Padre, Jesús realiza la que será su principal tarea de ahora en adelante: interceder por nosotros, ponernos en las manos de Dios y seguir luchando porque nuestra vida no se pierda de ese torrente amoroso que brota del corazón del Padre de las Misericordias.
En este contexto, podemos descubrir la oración de Jesús como el modelo de toda oración, la cual consiste en que, en algún momento de nuestra vida, necesitamos dejar de hablar y teorizar tanto de Dios y comenzar a hablar con Él.
En el fondo, las personas no necesitan que les hablemos tanto de Dios y las induzcamos a creer en Él. Más que eso, creo que lo que realmente necesitan los demás para dar el paso de fe es descubrir en nosotros una relación tan íntima con Dios, en la cual ellos están presentes, que se convenzan de que vale la pena confiar en Él.
Creo que eso es lo que, en realidad, hace Jesús al ponerse a hablar con Dios delante de los discípulos, cosa que no había hecho antes en el evangelio, pero que ahora le garantiza que ellos puedan entender por qué Él, y también ellos más tarde, podrá soportar las dificultades que la vida y los hombres le pondrán.
Es interesante, entonces, meditar sobre las peticiones que hace Jesús al concluir su oración en el evangelio de hoy. Me detendré, básicamente, en dos de ellas.
Lo primero es que el corazón de Jesús es sorprendentemente amplio. Aún sabiendo de la negación de los hombres a creer plenamente en Él, el Señor ruega a Dios por todos. Desde antes de pensarlo, desde antes de nacer a la fe, ya hemos sido puestos en las manos del Padre y hemos sido considerados dignos de salvación.
Pero a este punto se une una realidad que me parece maravillosa y que no quiero perder de vista: Jesús ora por aquellos que creerán por las palabras de los discípulos. Y creo que aquí está el gran compromiso cristiano: cada vez que hablas a alguien de Dios (piensa en tu familia, en aquellos más negados a la fe, en tantas personas que pasan por tu. Ida y la mía), cada vez que les invitas a creer en Él, sin pensarlo, los estas incluyendo en la oración de Jesús. Esto me parece extraordinario. Ojalá tomemos conciencia de ello y comencemos a llevar a todo el que se nos cruce, no tanto a la conversión que deseamos, sino a la gracia de estar siendo asumido por Jesucristo en su diálogo íntimo y amoroso con su Padre Dios.
Por ultimo, creo que es bueno mencionar que el elemento distintivo de la oración de Jesús está relacionado con la unidad y el conocimiento. Conocer a Dios nos hace uno con Él y ahí se produce el mayor vínculo amoroso que pueda producirse, el cual será el que identifique al creyente: unidad indisoluble con Dios que permite traslucir lo con la vida, y unidad amorosa con todo aquel que se me pasa por el frente porque en Él también descubrí la imagen de Dios.
Que maravilla todo esto, los invito entonces a darle una nueva mirada al capítulo 17 del evangelio de Juan y volver a repetir esas palabras como si fueran ustedes mismos quienes ahora oran al Padre Dios, en su Hijo Jesucristo, por todo aquel con quién tienen relación.
Padre amoroso, te doy infinitas gracias porque has escuchado a tu Hijo que ha clamado por nosotros. Toca nuestro corazón para que seamos dóciles a tu Palabra. Amén.
Es bueno comenzar por no perder de vista el horizonte en el cual se enmarca esta oración, litúrgicamente hablando: Jesús ha vuelto al Padre, lo hemos visto partir al celebrar la solemnidad de la Ascensión el pasado domingo. Y, ya junto al Padre, Jesús realiza la que será su principal tarea de ahora en adelante: interceder por nosotros, ponernos en las manos de Dios y seguir luchando porque nuestra vida no se pierda de ese torrente amoroso que brota del corazón del Padre de las Misericordias.
En este contexto, podemos descubrir la oración de Jesús como el modelo de toda oración, la cual consiste en que, en algún momento de nuestra vida, necesitamos dejar de hablar y teorizar tanto de Dios y comenzar a hablar con Él.
En el fondo, las personas no necesitan que les hablemos tanto de Dios y las induzcamos a creer en Él. Más que eso, creo que lo que realmente necesitan los demás para dar el paso de fe es descubrir en nosotros una relación tan íntima con Dios, en la cual ellos están presentes, que se convenzan de que vale la pena confiar en Él.
Creo que eso es lo que, en realidad, hace Jesús al ponerse a hablar con Dios delante de los discípulos, cosa que no había hecho antes en el evangelio, pero que ahora le garantiza que ellos puedan entender por qué Él, y también ellos más tarde, podrá soportar las dificultades que la vida y los hombres le pondrán.
Es interesante, entonces, meditar sobre las peticiones que hace Jesús al concluir su oración en el evangelio de hoy. Me detendré, básicamente, en dos de ellas.
Lo primero es que el corazón de Jesús es sorprendentemente amplio. Aún sabiendo de la negación de los hombres a creer plenamente en Él, el Señor ruega a Dios por todos. Desde antes de pensarlo, desde antes de nacer a la fe, ya hemos sido puestos en las manos del Padre y hemos sido considerados dignos de salvación.
Pero a este punto se une una realidad que me parece maravillosa y que no quiero perder de vista: Jesús ora por aquellos que creerán por las palabras de los discípulos. Y creo que aquí está el gran compromiso cristiano: cada vez que hablas a alguien de Dios (piensa en tu familia, en aquellos más negados a la fe, en tantas personas que pasan por tu. Ida y la mía), cada vez que les invitas a creer en Él, sin pensarlo, los estas incluyendo en la oración de Jesús. Esto me parece extraordinario. Ojalá tomemos conciencia de ello y comencemos a llevar a todo el que se nos cruce, no tanto a la conversión que deseamos, sino a la gracia de estar siendo asumido por Jesucristo en su diálogo íntimo y amoroso con su Padre Dios.
Por ultimo, creo que es bueno mencionar que el elemento distintivo de la oración de Jesús está relacionado con la unidad y el conocimiento. Conocer a Dios nos hace uno con Él y ahí se produce el mayor vínculo amoroso que pueda producirse, el cual será el que identifique al creyente: unidad indisoluble con Dios que permite traslucir lo con la vida, y unidad amorosa con todo aquel que se me pasa por el frente porque en Él también descubrí la imagen de Dios.
Que maravilla todo esto, los invito entonces a darle una nueva mirada al capítulo 17 del evangelio de Juan y volver a repetir esas palabras como si fueran ustedes mismos quienes ahora oran al Padre Dios, en su Hijo Jesucristo, por todo aquel con quién tienen relación.
Padre amoroso, te doy infinitas gracias porque has escuchado a tu Hijo que ha clamado por nosotros. Toca nuestro corazón para que seamos dóciles a tu Palabra. Amén.
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